[Publicado originalmente en ‘Libros de Babel’]
A Bill Hodges le conocimos hace tres años. Un policía retirado, divorciado hacía siglos, que se pasaba el día tumbado en un sillón viendo la tele, bebiendo y comiendo basura y que coqueteaba seriamente con la idea de pegarse un tiro, si es que su desprecio por su salud no acababa antes con él (sí, se habría llevado bien con el Kurt Wallander de Henning Mankell). La jubilación le había privado de su único ancla con la realidad, su único motivo para seguir adelante, y para colmo tuvo que dejar el servicio sin poder resolver el caso que le obsesionó durante años: el del asesino del Mercedes, la masacre que un individuo cometió lanzándose con un vehículo de esa marca contra la multitud que aguardaba de madrugada a que se abrieran las puertas de una feria de empleo cuando la crisis azotaba con toda su dureza. Curiosamente el psicópata que casi le lleva a acabar con su vida fue el que (acosándolo, atacándolo y asesinando a personas cercanas para que se suicidase, como hizo con la mujer a la que le robó el coche) dio a Hodges un motivo para levantarse del sillón y retomar las riendas de su vida.
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