[Publicado en ‘Libros de Babel’]
Que George R. R. Martin aspira a ocupar el trono de J. R. R. Tolkien no se le escapa a nadie. Que le está costando la misma vida terminar su epopeya Canción de hielo y fuego, tampoco. Quizás está tardando tanto en terminar la siguiente entrega de la serie, Vientos de invierno (que ni siquiera es la última; en el plan de Martin hay otra más después de esa, Sueño de primavera), porque no tiene claro cómo seguir. Quizás el problema es que es un maestro de la procrastinación y se dispersa escribiendo títulos como el que ha llegado esta semana a las librerías de medio mundo: Fuego y sangre (Plaza & Janés).
Decíamos más arriba lo de Tolkien no sólo porque la obra del profesor es más que evidente inspiración para el trabajo de Martin. También porque este último está escribiendo otra epopeya situada en un mundo ficticio a la que en los trabajos paralelos que ha ido publicando estos últimos años está envolviendo con un corpus historiográfico que añade contexto y profundiza en la historia y la mitología que devienen en el relato de Canción de hielo y fuego (en realidad el trabajo de Tolkien con la Tierra Media es mucho más amplio, incluido su corpus filológico, pero el paralelismo es válido).